INTELIGENCIA Y COCIENTE INTELECTUAL:
El hecho de que el cerebro destine la
mayor parte de su actividad a la autopercepción, sugiere la idea de que la
inteligencia guarda relación con la buena memoria, sólo quien dispone de una
extraordinaria capacidad para almacenar datos puede dar a su cerebro la
oportunidad de reelaborar internamente la información. De hecho, un gran número
de investigadores han demostrado que todos los niños superdotados estudiados
por ellos disponían de una memoria extraordinaria, y lo mismo ocurre entre los
jugadores de ajedrez, los matemáticos, los compositores y los virtuosos del
violín.
El interés por los individuos
superdotados ha dado lugar a grandes controversias. Una de las primeras fue
desatada por las investigaciones del médico y criminalista italiano Cesare
Lombroso (1836-1909), quien en su libro Genio y locura (1864) afirmó que
existía una relación entre genialidad y locura. Algunos investigadores
norteamericanos, más sensatos, se opusieron a esta tesis y se esforzaron por
determinar los factores responsables de la inteligencia para intentar medirlos
después. El resultado de estos estudios fue el CI, el llamado «cociente
intelectual», que parte de un valor promedio de 100, por debajo de él se sitúa
la mitad menos inteligente de la sociedad, y por encima la más inteligente,
siendo su curva de distribución exactamente simétrica. Por eso se habla también
de una «curva de campana», y uno de los libros más discutidos sobre el carácter
heredkaiio de la inteligencia, cuyos autores son Ferrnstein y Murray lleva
precisamente por título The Bell Curve.
El cociente intelectual se investiga
sometiendo al sujeto de experimentación a distintos tipos de tareas, ordenar
conceptos, completar sucesiones de números, componer figuras geométricas,
aprender de memoria listas de palabras, cambiar de posición determinadas
figuras, etcétera. El test estándar es el Binet-Simon, quien en este test
alcanza una puntuación de ciento treinta es considerado una persona
extraordinariamente inteligente, y quien logra una puntuación de ciento
cuarenta se halla en el umbral de la genialidad —aunque para desdramatizar y
evitar el complejo de loco genial, hoy se prefiera hablar de personas
superdotadas—.
La idea de que existe una relación
entre la genialidad y la locura fue refutada empíricamente en los años 1920.
Terman, un investigador norteamericano, fue el primero que sometió a pruebas de
larga duración a personas con un CI superior a ciento cuarenta, llegando a la
conclusión de que la mayoría de los superdotados son más maduros, más
equilibrados psíquicamente e incluso más sanos físicamente que las personas con
un cociente intelectual medio. En cierto modo, esto normalizó la genialidad y
la liberó de su aura elitista. Pero el CI siguió siendo cuestionado. El descubrimiento
de que la inteligencia es en gran medida un rasgo congénito provocó violentas
reacciones al tiempo que bajó los humos a todas las utopías educativas, pues
sólo si se admite que la inteligencia depende fundamentalmente de la influencia
del medio social es posible sostener la esperanza de que la educación pueda
hacer entrar al ser humano en razón. Esta postura constituye una excusa
consoladora para muchos, ya que su posición rezagada con respecto a los más
aptos no se debería a su falta de inteligencia sino a un medio social hostil.
Por esta razón, cuando a finales de la
década de 1960 —en plena efervescencia del movimiento estudiantil—A. R.Jenssen
y H.J. Eysenck presentaron sus investigaciones sobre la inteligencia y
afirmaron que la herencia era responsable de ella en un ochenta por ciento, se
desató una feroz campaña contra ellos en los medios de comunicación y en las
universidades, en cuyo clímax Eysenck fue agredido cuando pronunciaba una
conferencia en la London School of Economics.
Eysenck se había basado, entre otros,
en los estudios realizados por Cyril Burt, pionero en el ámbito de la medición
de la inteligencia y de la investigación de gemelos. En sus estudios sobre
gemelos univitelinos (con el mismo genotipo) que habían sido educados por
separado, Burt constató que, pese a la difererencia de sus medios y entornos,
tenían el mismo cociente intelectual. La aversión hacia estos resultados fue
tan grande que Burt fue acusado de haber falsificado sus datos, actitud en la
que se perseveró incluso cuando se demostró lo contrario. Todo esto se repitió
cuando se publicó el libro The Bell Gurv, de Herrnstein y Murray, y cuando
Volker Weiss, que investigaba la distribución de la inteligencia entre la
población, fue excluido de la Sociedad Antropológica Alemana.
De este modo se cumplía irónicamente
la predicción realizada por el sociólogo británico Michael Young en un ensayo
utópico-satírico que se situaba en el año 2033. Young había escrito el ensayo
durante el debate sobre la implantación de la escuela integrada, y en él
describía la evolución de la sociedad hacia la meritocracia (el poder de los
más capacitados). En su descripción, los socialistas empiezan abogando por el
libre desarrollo de las capacidades y eliminan los obstáculos clasistas que
impiden el desarrollo de los individuos más capacitados de la clase
trabajadora, para después constatar horrorizados que los individuos más
inteligentes abandonan las clases inferiores y pasan a formar una élite.
El triunfo del principio según el cual
el éxito debe ser el resultado de la formación y de las capacidades
individuales acaba por dividir a la sociedad en dos clases, la clase inferior
de los menos capacitados y la clase superior de los más capacitados. De este
modo los socialistas cambian su doctrina y adoptan el principio «vía libre para
los mas aptos». Posteriormente, cuando la clase superior pretende volver a
hacer hereditarios sus privilegios, la insatisfacción colectiva de los menos
capacitados da lugar a una revuelta. A comienzos del siglo XXI se produce una
revolución antimeritocrática de la que fue víctima el autor de este ensayo,
como informa con pesar su editor.
Quienes protestaban contra la idea de
que la inteligencia era un rasgo heredado, se comportaban exactamente como los
individuos menos capacitados del ensayo de Michael Young. Eran víctimas del
famoso error de Procusto (The Procrusteanfallacy) cuyo origen se remonta a la
Antigüedad. Recién implantada la democracia ateniense, el Areópago encargó a
Procusto, miembro de la Academia, investigar empírican1ente la desigualdad
entre los atenienses sirviéndose de instrumentos de medida psicométricos y
fisiométricos.
Procusto se puso manos a la obra y
construyó como instrumento de medida su famoso lecho. Tras adaptar a todos los
sujetos de investigación a este lecho estirando o cortando sus cuerpos, elevó a
la Academia de las Ciencias de Atenas el siguiente comunicado, todos. los
atenienses son igual de grandes. Este resultado fue tan desconcertante para el
Areópago como esclarecedor para nosotros, Procusto había malinterpretado la
esencia de la democracia. Había creído que la igualdad política y la igualdad
ante la ley se basaban en la igualdad de los hombres. Y como era un ferviente
demócrata, eliminó sus diferencias.
Pero la democracia no supone la
igualdad de los hombres, sino que ignora su desigualdad, es decir, no niega que
haya diferencias de sexo, de nacimiento, de color de piel, de religión y de
capacidades, sino que las vuelve indiferentes. De este modo desliga naturaleza
humana y sociedad. La sociedad no es la continuación de la naturaleza humana,
sino que aprovecha sus variaciones de forma selectiva. Precisamente porque la
política hace abstracción de todas las diferencias naturales entre los
individuos, éstas pueden ser aprovechadas en otra parte, así, por ejemplo, la
familia se funda en la diferencia entre el hombre y la mujer —y no existe
discriminación alguna en el hecho de que la mujer prefiera como pareja al
hombre—; y los sistemas educativos aprovechan las diferencias existentes entre
las capacidades de los individuos.
INTELIGENCIA MÚLTIPLE Y CREATIVIDAD
Cada vez hay menos razones para sentir
hostilidad hacia los individuos más capacitados, pues la investigación de las
capacidades y de la inteligencia ha tomado una nueva orientación. El antiguo
«cociente intelectual» ha perdido su carácter monolítico y ha sido posible
diferenciar los distintos componentes de la inteligencia, que hoy se entienden
como dimensiones completamente independientes entre si.
Howard Gardner resume la investigación
en este ámbito (The Mindo New Science, 1985) mediante la distinción entre las
siguientes formas de inteligencia, la inteligencia personal (la capacidad para
comprender a otras personas); la inteligencia corporal-cenestésica (la capacidad
para coordinar los movimientos); la inteligencia lingüística; la inteligencia
lógico-matemática; la inteligencia espacial (la capacidad para componer
imágenes virtuales de objetos y manipularlos en la imaginación) y la
inteligencia musical.
La distinción de estas seis formas de
inteligencia es el resultado de numerosas pruebas e investigaciones muy
complejas, entre las que cabe destacar las siguientes, la investigación de
traumatismos cerebrales, en la que se demostró que, aunque la inteligencia lingüística
quedara dañada, la musical permanecía inalterada; la comprobación experimental
de la falta de relación (indiferencia) entre las distintas capacidades; la
verificación de la proximidad entre sistemas simbólicos independientes
(lenguaje, imágenes, sonidos, etcétera) y la existencia indiscutible de
impresionantes capacidades especiales en cada una de estas formas de
inteligencia.
Fue precisamente un niño prodigio
quien formó parte de los fundadores de la medición empírica de la inteligencia,
Francis Galton, primo de Charles Darwin. Galton inventó la dactiloscopia, el
método para identificar a los criminales a través de las huellas dactilares.
Cuando tenía sólo dos años y medio, Galton era capaz de leer el libro Cobwebs
to catchflies; entre los seis y los siete reunió una colección sistemática de
insectos y minerales; a los ocho años asistió a clases dirigidas a jóvenes de
entre catorce y quince, y a los quince fue admitido como estudiante en el
General Hospital de Birmingham. De acuerdo con la edad mental establecida para
cada una de estas actividades, el cociente intelectual de Galton era de casi
doscientos.
Cuando L. M. Terman leyó la biografía
de Galton, animó a su colaboradora Catherine Cox a medir el cociente
intelectual de las mujeres y los hombres más célebres de la historia basándose
en todos los datos que se dispusiera sobre ellos. Tras una compleja selección,
Catherine Cox eligió a trescientos hombres y mujeres célebres y los sometió al
estudio de tres psicólogos distintos. Su estudio dio como resultado una
clasificación de las trescientas biografías de los personajes más geniales de
la historia. Esta es la clasificación de los diez primeros,
1.
John Stuart Mill
2.
Goethe
3.
Leibniz
4.
Grocio
5.
Macaulay
6.
Bentham
7.
Pascal
8.
Schelling
9.
Haller
10.
Coleridge
En su Autobiografía John Stuart Mill
(1806-1873), el primer clasificado, nos informa con precisión de su juventud. A
los tres años de edad, Mill leyó las Fábulas de Esopo en su versión original,
siguiendo con la Anábasis de Jenofonte, Heródoto, Diógenes, Laercio, Luciano e
Isócrates. A los siete años leyó los primeros diálogos de Platón y, con la
ayuda de su padre, se introdujo en la aritmética; para descansar, leía en
inglés a Plutarco y la Historia de Inglaterra de Hume. A los ocho años de edad,
comenzó a enseñar latín a sus hermanos pequeños, y así leyó a Virgilio, Tito
Livio, Ovidio, Terencio, Cicerón, Horacio, Salustio y Ático, mientras proseguía
su estudio de los clásicos griegos, Aristófanes, Tucídides, Demóstenes,
Esquines, Lisias, Teócrito, Anacreonte, Dionisio, Polibio y Aristóteles. El
ámbito que más le interesaba era la Historia, por lo que a modo de
«entretenimiento provechoso» escribió una historia de Holanda y una historia de
la constitución romana. Aunque leyó a Shakespeare, Milton, Goldsmith y Gray, su
centro de atención no era la literatura —de entre sus contemporáneos sólo
menciona a Walter Scott—; según nos cuenta él mismo, su mayor diversión infantil
era la ciencia experimental. Con doce años se introdujo en la lógica y en la
filosofía, ylos trece Mill hizo un curso de economía política. Su padre era
amigo de los economistas Adam Smith y Ricardo, pero antes de poder leer sus
trabajos, Mill tenía que redactar de forma precisa y clara la lección que su
padre le daba durante su paseo diario; sólo después pudo leer a Smith y a
Ricardo y refutar con éste a Smith, a quien Mill no consideraba bastante
profundo. A la edad de catorce años viajó a Montpellier, donde estudió química.
zoología, matemática, lógica y metafísica. Tras regresar de Montpellier. siguió
a Jeremy Bentharn y fundó con su padre la revista The Westminster Review, cuya
influencia le convirtió en el intelectual más importante de Inglaterra. Mill
escribió uno de los primeros libros sobre el movimiento femiüista, The
Subjection of Women (El sometimiento de las mujeres, 1869), lo que constituye
otra prueba de la superioridad de su inteligencia.
Test de inteligencias multiples:
http://quizfarm.com/quizzes/Inteligencias+Multiples/profesorrod/test-de-inteligencias-multiples/
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